Un día iba en coche por el condado de Cambridge, cuando la carretera comenzó a ondularse con unos desniveles suaves que no parecían responder a ningún patrón predecible, como si hubieran aparecido allí por casualidad. Mi acompañante me dijo que estábamos en las Fens, una zona de marismas que había sido drenada en el siglo XVII. Al ir secándose, el suelo de turba había encogido, dando lugar a aquellas irregularidades. Más adelante, vi una casa torcida en medio del paisaje plano. Se notaba que se había ido inclinando poco a poco, con tiempo para adaptarse a su nueva posición, porque las vigas, las paredes, los marcos de las ventanas habían resistido y allí estaban, torcidos, pero en pie. Me pareció muy poético y quise saber más. Empecé a leer sobre la obra de drenaje —un desafío enorme para la ingeniería del año 1631— y, como siempre que una tema me resulta interesante, sentí el impulso de contárselo a los demás. Para hacerlo a través de la ficción —mi forma de expresión favorita— necesitaba, sin embargo, informarme sobre las particularidades de ese tiempo, su gente y sus circunstancias. Aquel fue el comienzo de mi inmersión en el siglo XVII inglés.
Y este es el resultado: